¡El cuerpo humano! ¡Algo bien cercano, común a todos y sin embargo tan poco conocido! Incluso nombrarlo es delicado: ¿deberíamos llamarlo «objeto», «sujeto» o «templo»? Como objeto, hoy en día lo analizan y diseccionan bajo todas sus formas con una precisión jamás alcanzada en la historia humana; como sujeto, participa de la identidad psicosomática del ser humano y como templo revela, a través de lo que es, la naturaleza de lo sagrado en el hombre. Estos tres enfoques son interdependientes, tan solo nuestra mente los separa a veces. Es destacable que el término «corps» en francés (cuerpo) se escriba siempre en plural, con una «s» final. Como si sus dimensiones objetiva, identitaria y espiritual estuvieran entrelazadas o, más exactamente, como si se «entrefecundaran» en cada momento para engendrar la extraña «naturaleza humana». Sabemos por experiencia que la salud del cuerpo depende de su estado fisiológico, del equilibrio psicológico de la persona y de la sensación de sentirse útil teniendo una vida con sentido. Comer bien, amar y ser amado y conectarse con unos valores son los tres puntos fundamentales para tener una vida plena. La nutrición explora lo que significa para el cuerpo «comer bien». La psicología describe las actitudes y los síntomas corporales que expresan nuestras necesidades afectivas. ¿Acaso existe una disciplina que cuestione el cuerpo sobre nuestra necesidad de sentido?

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